Enfermedad y sus metaforas pdf




















Dubos, en The White Plague Lo que, en todo caso, es la promesa de un triunfo sobre la enfermedad. Mientras que la primera pareciera aliviar el sentimiento de culpa, la segunda lo reafirma. Ostensiblemente el culpable es la enfermedad.

El mismo sentimiento exagerado de horror lo despertaba la lepra en sus tiempos de auge. Se dice que algo es enfermizo —para decir que es repugnante o feo—. Era frecuente identificar el desorden social con una epidemia. Se proyecta sobre la enfermedad lo que uno piensa sobre el mal.

Los adversarios de la democracia la usaban para anatematizar las profanaciones de una era igualitaria. Butler sugiere que la criminalidad es una enfermedad que, como la tuberculosis, es hereditaria o proviene de un medio ambiente malsano. El cuerpo entonces empieza a consumirse y el paciente a «menguar». El tuberculoso, como el enfermo mental de hoy, era la quintaesencia de la vulnerabilidad, un ser poblado de caprichos autodestructivos.

Ni hablar de miramientos para con el enfermo. Como dice cierto manual, «los tumores malignos, aun cuando crecen lentamente, invaden». Los efectos secundarios del tratamiento reciben mucha —demasiada— publicidad. Frase corriente: «el suplicio de la quimioterapia». Una tuberculosis nos hace desvivirnos por refinarnos, por llegar al meollo, a nuestro Yo real.

Se puede verificar su presencia mediante aparatos como el contador de Geiger. Tiene algo de cenagoso Un agua estancada, letal, que no fluye, no metaboliza. El lenguaje de Reich tiene su propia coherencia, inimitable. La tuberculosis era «la peste blanca». Y el que Violetta renuncie a la felicidad implica el abandono del campo y el regreso a la ciudad, donde queda sellado su fatal destino, vuelve su tuberculosis, y muere.

Se pensaba que el barrio pobre «engendraba» la tuberculosis. Para en seco. Sencillamente despuebla. Fue una plaga en Europa. La enfermedad ahora equivalente a la muerte es lo que se opone a la vida.

Todo preparativismo pedante es antihumano La enfermedad nace del desequilibrio. Lo mismo sucede con los asuntos del Estado. El punto de vista de Hobbes es todo menos fatalista. La mente y el cuerpo humanos se ven, ambos, sometidos naturalmente a conmociones Enfermedad igual a muerte. Una tormenta siempre sabe lo que hace Ante el horrible miasma comprendo la furia del viento.

Es como incrementar enormemente la apuesta. La lucha ha de ser intensa, truculenta, despiadada. Una dosis de 'fanatismo' Sus actividades producen una tuberculosis entre las naciones Incita invariablemente a simplificar lo complejo, e invita a la autocomplacencia, si no al fanatismo. En primer lugar, la causalidad resulta muy clara en el caso de la gangrena. En segundo lugar, la gangrena no es un desastre que lo abarca todo. Me refiero a aquella que distribuye y polariza las posiciones y los movimientos sociales en una «izquierda» y una «derecha».

Cada bomba lleva un texto. Una dice «Microbi», microbios. Otra dice solamente «Malattia», enfermedad. Un esqueleto, ataviado con capa y capucha negras, cabalga en la primera bomba como pasajero o piloto. Al cuerpo. Sin «significado». Gracias a una enzima transportada por el virus, el virus desnudo del sida convierte su ARN en El sida es progresivo, una enfermedad del tiempo. No se trata de un mal misterioso que ataca al azar. Se considera que los drogadictos que la contraen compartiendo agujas cometen o acaban en una suerte de suicidio inadvertido.

La que ha dominado el debate acerca de la enfermedad es la segunda de estas dos posibilidades, lo cual significa que hay en curso un cambio de nomenclatura. Algunos importantes administradores del modo de entender la enfermedad han decidido que ya se debe dejar de infundir esperanzas mediante el uso de diferentes siglas para indicar las diferentes etapas. Esto nunca pudo haber infundido muchas esperanzas. Por muchos rodeos que se dieran, las predicciones siempre sonaban fatalistas.

Lo que no es tan obvio es que a esta gente se la mire como si ya lo tuviera. A partir de ese momento, estar infectado significa estar enfermo. Que una enfermedad sea mortal no basta para provocar terror.

Un infarto es un acontecimiento, pero no confiere a nadie una nueva identidad, no convierte al paciente en uno de «ellos». Abajo, la ruina del cuerpo. No todas las alteraciones de la cara son repulsivas o vergonzosas. Al contrario, son los estigmas de un sobreviviente.

Es decir que la novela de Gombrowicz es una comedia, no una tragedia. Generalmente son las epidemias las que se asocian con las pestes. Ralph H. Major []. Desde un principio fueron numerosas las explicaciones moralizantes. En parte, la secular idea de Europa como privilegiado centro cultural reside en que se trata de un lugar colonizado por enfermedades mortales que vienen de afuera. A Europa se la supone, por derecho, libre de enfermedades.

Los pueblos, en cambio, reciben «la visita» de las pestes. Citado en Cholera , R. Morris En este sentido, todo sentimentalismo es fatal y por consiguiente criminal». Esta peste no es justiciera. Pero, al igual que en la obra de Capek, los personajes de la novela de Camus afirman lo impensable que es una peste en el siglo XX Al contrario de las bacterias, que son organismos relativamente complejos, se describe el virus como una forma extremadamente primitiva de vida.

Y ellos mismos, en muchos casos, evolucionan. Tienes que mutar, como un virus». Los Nuevos Descubrimientos en la Tierra descubren nuevas Enfermedades La llegada del sida ha demostrado que estamos muy lejos de haber vencido las enfermedades infecciosas y de poder dar por cerrada la lista.

La enfermedad obliga a retroceder en los cambios. O el homicidio. Apadrinado por la enfermedad, el miedo a la sexualidad es el nuevo registro del universo de miedos en que vivimos hoy todos. Estos fluidos son potencialmente mortales. Mejor es abstenerse. No te mueras de ignorancia. La tarea de conferir realidad a un hecho consiste en parte en decirlo, una y otra vez.

Para la clase media de Estados Unidos, el comportamiento sexual anterior a parece hoy parte de una perdida edad de la inocencia —inocencia licenciosa, naturalmente—. Un tipo de mensaje que nos transmite la sociedad en que vivimos es: Consume. Haz lo que quieras. El apetito ha de ser inmoderado. Se supone que la trajeron consigo a Europa, y es la enfermedad de todos los que hacen vidas en las que predomina el desprecio de las consecuencias.

No de cualquier libertad, desde luego. El advenimiento del sida parece haberlo cambiado todo, irrevocablemente. Ojo con sus apetitos. No se deje ir. Ambos puntos de vista coexisten. El secretario de Sanidad y Servicios Sociales de Estado? Por tratarse de un acontecimiento mundial —es decir, porque afecta a Occidente—, no se lo considera como un mero desastre natural.

Download Free PDF. Carla Is. A short summary of this paper. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar.

Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa. No se menciona otra dolencia. La tos quiebra al paciente; este entonces se deja caer, recobra aliento, respira normalmente; y vuelve a toser. La tuberculosis vuelve transparente al cuerpo. Los cancerosos no miran sus biopsias. Se pensaba y se piensa hoy que la tuberculosis produce rachas de euforia, aumento del apetito, un deseo sexual exacerbado.

Con la tuberculosis la persona se «consume», se quema. La tuberculosis es una enfermedad del tiempo; acelera la vida, la pone de relieve, la espiritualiza. Los desnutridos se nutren, ay, en vano. Los excesivamente nutridos son incapaces de comer. Se piensa que la tuberculosis es relativamente indolora.

Pero el mito persiste. Se las identifica con la misma muerte. Pero las pasiones deben ser frustradas, las esperanzas deben marchitar. No hay Insarovs modernos. Era a menudo una suerte de suicidio. La salud se hace banal, casi vulgar. En el Acto I, 1. Hardcastle reconviene con indulgencia a Mrs.

El pobre chico siempre fue demasiado enfermizo para salir bueno. Se oye a Tony vociferar afuera. La imagen de la tisis, cierto. Y se afirmaban mediante nuevas ideas en el vestir la «moda» y nuevas actitudes ante la enfermedad.

Tanto el vestido la prenda externa del cuerpo como la enfermedad una especie de decorado interior del cuerpo se volvieron tropos por nuevas actitudes ante el propio ser. Esto no era meramente un giro expresivo.

Se hizo grosero el comer a gusto. Era encantador tener aspecto de enfermo. No es posible ser demasiado flaco», dijo una vez la duquesa de Windsor. Describiendo la visita a Murger, los Goncourt se aperciben del «olor a carne podrida que hay en su dormitorio». Debemos suponer que la realidad de esta terrible enfermedad no bastaba para hacer frente al embate de ideas nuevas e importantes, en particular acerca de la individualidad. Es decir, ser falto de poder.

Pero se necesita ser sensible para sentir tanta tristeza; o, por ende, para contraer la tuberculosis. Puede que Keats y Shelley hayan sufrido atrozmente por esta enfermedad. El tuberculoso era un rezagado, un vagabundo en busca de un sitio sano. A ambas enfermedades se les depara el encierro. Una vez encerrado, el paciente entra en un segundo mundo, con sus reglas especiales.

Como la locura, la tuberculosis es un tipo de exilio. Para curarse el paciente debe salir de su rutina diaria. Algunos rasgos de la tuberculosis van a parar a la locura: la caprichosa idea del paciente en tanto que criatura turbulenta, descuidada, de extremadas pasiones, demasiado sensible para soportar el horror del mundo cotidiano y vulgar.

No es la tuberculosis sino la locura la que carga hoy el mito secular de autotrascendencia. La enfermedad que individualiza, que pone de relieve a una persona por encima de su entorno, es la tuberculosis. La mente traiciona al propio cuerpo. Freud era «muy bello… hablando», recuerda Wilhelm Reich. Los propios hipervirtuosos, muriendo de tuberculosis, se remontan a nuevas alturas morales. Las alas de la paloma: al enterarse de que su pretendiente es un cazador de fortunas, Milly Theale le lega la suya y muere.

La lepra de Cresseid en The Testament of Cresseid de Henryson, y la viruela de madame de Merteuil en Las amistades peligrosas revelan, de manera totalmente involuntaria, el verdadero rostro de la bella mentirosa.

La tuberculosis pone de manifiesto un deseo intenso. La enfermedad revela deseos que el paciente probablemente ignoraba. Enfermedad y pacientes se vuelven enigmas descifrables.

Y las pasiones ocultas son ahora las causas de la enfermedad. Groddeck da una lista de las meras «causas externas», encabezada por «los bacilos»; luego vienen «los enfriamientos, los excesos de comida, de bebida, de trabajo, de cualquier otra cosa».

No pude hacer nada. Debo curar mi Yo antes de poder sanar… He de hacerlo sola y ahora mismo. No controlo mi mente. El doctor Thomas mira su cena, su mujer no llama a la criada. Grant, el de Robert A. No se manifestaba descontento de su vida ni especulaba con la calidad de sus satisfacciones ni la posibilidad de hacer «relaciones profundas». Estos consejos estoicos han cambiado.

Pero los significados han cambiado. Galeno siglo II d. Psicologizar es como manejar experiencias y hechos enfermedades graves, por ejemplo sobre las que el control posible es escaso o nulo.

Para quien vive ante la muerte sin consuelo religioso o sin un sentido natural de la misma ni de nada , la muerte es el misterio obsceno, el ultraje supremo, lo no gobernable. Lo que en todo caso es la promesa de un triunfo sobre la enfermedad.

Mientras que la primera pareciera aliviar el sentimiento de culpa, la segunda lo reafirma. Ostensiblemente el culpable es la enfermedad. La lepra, en sus tiempos de auge, despertaba el mismo sentimiento exagerado de horror. Se dice que algo es enfermizo para decir que es repugnante o feo. Era frecuente identificar el desorden social con una epidemia. Se proyecta sobre la enfermedad lo que uno piensa sobre el mal. Los adversarios de la democracia la usaban para anatematizar las profanaciones de una era igualitaria.

El cuerpo entonces empieza a consumirse y el paciente a «menguar». El tuberculoso, como el enfermo mental de hoy, era la quintaesencia de la vulnerabilidad, un ser poblado de caprichos autodestructivos. Ni hablar de miramientos para con el enfermo. Como dice cierto manual, «los tumores malignos, aun cuando crecen lentamente, invaden». Los efectos secundarios del tratamiento reciben mucha —demasiada— publicidad. Frase corriente: «el suplicio de la quimioterapia».

Una tuberculosis nos hace desvivirnos por refinarnos, por llegar al meollo, a nuestro Yo real. Se puede verificar su presencia mediante aparatos como el contador de Geiger.

Tiene algo de cenagoso… Un agua estancada, letal, que no fluye, no metaboliza. El lenguaje de Reich tiene su propia coherencia, inimitable. La tuberculosis era «la peste blanca». Y el que Violetta renuncie a la felicidad implica el abandono del campo y el regreso a la ciudad, en donde queda sellado su fatal destino: vuelve su tuberculosis, y muere. Se pensaba que el barrio pobre «engendraba» la tuberculosis. Para en seco.

Sencillamente despuebla. Fue una plaga en Europa. La enfermedad ahora equivalente a la muerte es lo que se opone a la vida. Todo preparativismo pedante es antihumano.

La enfermedad nace del desequilibrio. Lo mismo sucede con los asuntos del estado. El punto de vista de Hobbes es todo menos fatalista. Enfermedad igual a muerte. Ante el horrible miasma comprendo la furia del viento. Es como incrementar enormemente la apuesta.



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